7. REFORMAS BORBÓNICAS

LOS BORBONES (1700 a 1813)

La Dinastía de los Borbón-Anjou,​ es la casa real reinante en España, desde 1700 hasta hoy, excepto durante la ocupación napoleónica (1808-1813). Al morir Carlos II sin descendencia, los Habsburgo llegaron a su fin en España. Carlos II eligió a Felipe V de Francia (nieto de Luis XV), para sucederlo como monarca español, con el nombre de Felipe IV. Se caracterizaron por sus afanes modernizadores, tanto en lo económico, como en lo cultural.

Desde la Revolución Francesa se dieron profundas transformaciones culturales que posibilitaron la modernidad cultural y la modernización tecno-económica, y los Borbones exportaron esa política con la Nueva España. Pusieron en práctica una serie de reformas administrativas y se incentivó el comercio con América. Se propusieron centralizar la administración, quitándosela al Ayuntamiento (criollo). Influido por el liberalismo, restaron apoyo y poder a la Iglesia. Decidieron cobrar directamente los impuestos, disminuyendo poder económico y político a la Nueva España, lo cual provocó resentimientos en los criollos.

Los frailes, de evangelizadores a científicos

            Durante los Habsburgo, la extracción de oro y plata no había beneficiado mucho a España. Esa riqueza se dilapidó, en parte, por el complejo de “hidalgos” de los nuevos ricos de España, que preferían vivir bien sin trabajar. En parte, el oro y la plata se utilizaron para fines suntuarios (adornar templos, lujos feudales, etc.); y esto, agravado por la piratería inglesa que arrebató los metales preciosos (un pirata, Sir Walter Raleight, fue armado caballero por la reina de Inglaterra). De modo que la riqueza de Las Indias terminó en poder de Francia y Holanda, que habían desarrollado la industria textil y que vendían caro sus productos a los españoles.

            Los Borbones se propusieron cambiar estas tendencias y modernizar España, y de paso, las colonias. Desde el siglo XVII, la racionalidad científica -iniciada en los monasterios- se había ido abriendo camino, como vía necesaria para la modernización tecnológica. Se precisaba conocer mejor las posibilidades que ofrecía la Nueva España. Para ello, nadie mejor que los frailes, en contacto muy cercano con los naturales. Así se abrió un espacio que resultó muy fecundo: los diálogos culturales entre los frailes franciscanos y los jóvenes nobles conversos, ya desde los Habsburgo, con los educados en la Doctrina de Tlaltelolco por Fray Pedro de Gante. Ahora, los Borbones exigían relaciones más meticulosas y precisas del territorio, la flora y la fauna, así como la elaboración de gramáticas y diccionarios de la lengua local. Los “indios” demostraron cualidades excepcionales. Se elaboraron pergaminos con dibujos muy realistas de las plantas locales, con sus nombres en las diversas lenguas y descripción de sus cualidades. Otro tanto sucedía con los diccionarios, valiéndose de intérpretes (a veces, triangulados, como el caso de un español llegado antes de Cortés, quien ya había aprendido la lengua maya. Doña Marina. La “Malinche”, doncella tabasqueña concubina de Cortez, conocía el maya y el nahuatl y otro traductor lo hacía al español. Estos diálogos interculturales, entre los frailes y los jóvenes de la nobleza azteca resultaron ser nada menos que el elemento catártico que abrió paso a la ciencia moderna en Europa.[2]

Podemos distinguir tres etapas:

  1. Evangelización profética y creativa (1522 – 1550) Partiendo por la recomendación del Papa el Grande, de aprovechar cualquier elemento tradicional no incompatible con la fe, los friales aprendieron pronto las lenguas autóctonas, así como elementos del territorio, su cultura y su religión. Fueron muy creativos para la didáctica (teatro, danzas, láminas, instrumentos musicales, cantos, máscaras costumbres rituales de la religiosidad popular andaluza (piñatas), etc.). Esto contribuyó a una aceptación relativamente sincera de los receptores, quienes, a su vez, aportaron también sus elementos propios en diálogo con los evangelizadores
  2. Etapa normatizadora (1550- 1585). El Concilio de Trento, al que, por cierto, no asistió ningún obispo novhispano, si bien fue una reforma para la disciplina eclesial de Europa, aplicada acríticamente a esta nueva realidad, resultó restrictiva. Suponiendo que la etapa de conversión estaba ya consumada (algo no que era del todo cierto), se impusieron “campañas anti-idolátricas” y prohibiciones de cualquier ritual indio, pues suponían que los frailes no eran capaces de distinguir y comprender. Destrucción de códices y lugares sagrados, Esto produjo entre los “neoconversos” actitudes de resistencia y de simulación (sincretismo de disfraz). En las peanas de las cruces o debajo del altar se escondían sus idolillos o se añadían rituales secretos paralelos a los sacramentos (sacrificio de animales a los cerros o visitas a las cuevas donde tenían sus dioses). Se llegó a prohibir instrumentos musicales y pinturas o procesiones sin supervisión del cura
  3. Síntesis sincrética. Finalmente, se fue logrando una síntesis con elementos de ambas religiosas. Cuando no fue ya posible retener a sus dioses, la creatividad ahora la tuvieron los indios, para burlar a los españoles: modificaron su iconografía, disfrazándolos de santos católicos, ceremonias ocultas antes de los sacramentos, etc. Lo que permitió supervivencias prácticamente hasta nuestros días. Ya que la religión nucleaba toda la cultura autóctona, toda ella quedó stanizada, humillada o al menos, bajo sospecha.

El Régimen de castas

Durante los Borbones, la sociedad novhispana fue muy estratificada y racista. Cada “casta” tenía un lugar específico. Otorgó toda la confianza y privilegios a los “peninsulares”, es decir, los españoles hijos de españoles. En cambio, para con los criollos había desconfianza y discriminación, a pesar de ser ellos (o sus padres) quienes realizaron la conquista y echaron a andar obrajes y minas, lo cual los exasperó. Había prejuicios y estigmas para todo lo del Nuevo Mundo. Buffón habla despectivamente, hasta de su fauna y su flora (“los avestruces, que como se sabe, tienen dos dedos, en ese continente tienen cuatro, dice refiriéndose a los guajolotes). El clima hace de sus habitantes perezoso y sensuales. A los mestizos se les discriminaba, pues se creía que la mezcla de razas debilitaba y degradaba los genes. Por supuesto, para los nativos (“indios”) sólo había desprecio. Los criollos mismos, exaltaban a los “indios” y exaltaban a sus héroes a nivel de clásicos; pero sólo a nivel discursivo, puesto que, en la práctica, para ellos sólo había la explotación y el desprecio. Fueron los criollos, especialmente quienes no se les permitió vivir aquí -como los jesuitas Alegre y Clavijero- y que desde el destierro exaltaron las nuevas tierras. Negros y mulatos, igualmente, quedaban debajo de la pirámide de castas. Se les daba nombres específicos a cualquier mezcla racial: morisco (mulato y española), chino (morisco con española), salta-pa-atrás (chino con india) morisco y española), lobo (salta-pa-atrás y mulata), zambo (negro con mestiza), calpamulato (cambujo con india), tente-en-el-aire (calpamulato con cambujo), etc

La secularización de las parroquias (1749 – 1789).- El Concilio de Trento había impulsado al clero diocesano (secular). Ya desde 1583, con los Habsburgo, se había intentado en vano hacerlo; pero ahora, los Borbones tenían interés de impulsarlo. En 1748, el liberalismo de las Juntas de Madrid, llevaban una política adversa a los regulares, y en la Nueva España, la aversión que tenían los criollos hacia los peninsulares se reflejaba en esto, ya que con esta medida, el clero diocesano sería en su mayoría criollo o mestizo; mientras que hasta entonces, las misiones y “doctrinas” rurales se encomendaban a los frailes (dominicos, franciscanos o agustinos), y se trataba de recluir a los religiosos en las ciudades (v.gr., el convento de Santo Domingo en Oaxaca llegó a tener hasta 150 frailes peninsulares). La pugna entre clero regular y el clero diocesano se traslapaba con la pugna entre criollos-mestizos y peninsulares. Lamentablemente, el desconocimiento de Trento hacia la realidad novhispana pedía que el párroco fuera “residente” (había párrocos que apenas se paraban en su parroquia, dejándole al vicario todo el trabajo; mientras ellos se quedaban con el “beneficio”. Ahora los indios tenían que acudir hasta la sede parroquia, ordinariamente lejos, en vez de que fuesen los frailes, en su pastora itinerante, quienes los visitaran a ellos. Los nuevos párrocos revisaban la administración de las cofradías y metían mano a los fondos, cuando en realidad no eran de la Iglesia, sino de las comunidades indias. Esto se reflejó en la iconografía: v.gr., en Tonanzintla, Puebla, a las imágenes de San Francisco o de Santo Domingo se les despojó de sendos hábitos para ponerles sotana y cuellecillo clerical. Con esta hostilidad hacia las poderosas Órdenes religiosas, los jesuitas fueron expulsados de todo el territorio español el año 1767. También la demografía en los pueblos tradicionales se estaba modificando, pues también llegaban a ellos algunos mestizos o mulatos, afectando a la recomposición social.

La evangelización del territorio norte.- Sonora y en general la región Noroeste constituía Aridoamérica. Los pueblos del Norte (eran chichimecas o “bárbaros”, yaquis, mayos, rarámuris, etc.). Eran nómadas, colectores y cazadores; no pasaron por el “modo de producción asiático” (neolítico), es decir, no se concentraron en ninguna ciudad o núcleo, por lo que los españoles no pudieron conquistarlos, y la Iglesia no diseñó una política pastoral. La estrategia colonizadora fue fundar, en pleno desierto, una guarnición militar y una misión. En el siglo XVIII la evangelización de aquellos pueblos se encomendó a los jesuitas, con el P Francisco Kino (1645-1711). Con una nueva teología, se pensaba que ya en todo pueblo existían las “semillas del Verbo”, por lo que había que aprovechar sus elementos culturales, en lugar de destruirlos. Como a veces a los soldados se les retrasaba su salario, con los indios cambiando rifles y caballos por pieles. En el siglo XVIII se les encomendó a los jesuitas su evangelización el Siglo XVIII, con la teología de las “Semillas del Verbo”, ayudaron a congregarlos. Con la expulsión de los jesuitas, los conversos desarrollaron una espiritualidad ignaciana que les dio su impronta.

El sincretismo religioso

  • Entendemos por “sincretismo”, según Manuel Marzal, “la formación -a partir de dos sistemas religiosos que se ponen en contacto- de un nuevo sistema, que será producto de la interacción dialéctica de los elementos de los dos sistemas originales”.
  • La iniciativa de este proceso puede ser iniciativa, sea de los nativos, sea de los evangelizadores. Para los primeros, se trata de una forma de resistencia ante la “conquista espiritual”, para salvar elementos religiosos autóctonos. Para los segundos, es una estrategia deliberada para facilitar la evangelización, mediante algunos símbolos ya conocidos; pero que ahora reciben otra interpretación distinta. Todas las religiones adoptan, más o menos, esta estrategia. El cristianismo, en especial, ha manifestado un gran poder sincrético.
  • En el caso de la “conquista espiritual”, la religión que trajeron los españoles, ya en ella misma, contenía elementos de otras religiones:
    • De Bizancio recibió la devoción a los santos y el gusto por sus reliquias.
    • De los monjes irlandeses recibió los rituales de penitencia pública: con sus capuchas terminadas en punta para conservar el anonimato, flagelantes encapuchados que iban de pueblo en pueblo exhortando a la penitencia expiatoria (v.gr., cuando la peste negra)
    • De los árabes, recientemente expulsados de la Península, el ritual “mosárabe” y algunos amuletos. Igualmente, de los judíos, también expulsados del Reino.
    • De los celtas y del paleolítico.- El dios cornudo, Cernunnus, que los romanos difundieron bajo la figura Dionisios o Baco, deidad de la embriaguez, la danza y el éxtasis. Por ser un dios tan singular -no tenía una fiesta en el calendario, sino que simplemente “emergía” a su voluntad, con su séquito de adoradoras (las “bacantes”, convertidas en brujas durante el Medievo).
    • De los romanos, tomaron algunas fiestas del calendario ritual, comenzando por la Navidad (25 de diciembre, antigua fiesta del Sol Invictus y las Saturnalia).
  • En la nueva síntesis sincrética, los elementos de las dos religiones originales, pueden: o bien, persistir o desaparecer o cristalizar en una nueva síntesis distinta de ambas religiones originales. Las tácticas o recursos utilizaron los nativos para salvaguardar su antigua religión, ante las presiones de los evangelizadores, fueron las siguientes:
    • La yuxtaposición, según la cual, se aceptan o practican las nuevas creencias o prácticas, de forma más o menos sinceras; pero al mismo tiempo, de un modo semiclandestino, continúan con la antigua cosmovisión. Por ejemplo, para bendecir las labores agrícolas, ante el cambio de las estaciones, la Iglesia colonial tenía las “témporas”, o procesiones que salían del templo para recorrer los campos de labranza. Los indios asistían a ellas; pero al mismo tiempo, iban por las noches a las cuevas para pedir el buen tiempo a las antiguas deidades que allí se refugiaban.
    • El disfraz, que aceptaban los nuevos símbolos cristianos, a guisa de significantes, sustituyendo el significado por algunos dioses antiguos. Así, San Isidro Labrador, San Juan Bautista o San Marcos, sustituyeron al viejo Tlaloc, dios de la lluvia. Algunas veces, los ídolos eran escondidos, no sólo en las cuevas, sino en las peanas de las cruces o debajo del altar cristiano mismo. Las plegarias que hacían en su lengua, no se dirigían a la imagen cristiana, sino a su ídolo oculto.
    • La reinterpretación fue el recurso que finalmente se impuso. Es decir, el elemento de una religión se comprende desde el significado de la otra religión. Por tanto, puede ser en una u otra dirección:
      • El elemento autóctono se reinterpreta en un significante cristiano: Por ejemplo, la antigua práctica de llevar al neonato al letrado para que averiguara su nombre correspondiente, consultando el tonalámatl o libro del destino (con los 20 nombres y números del antiguo mes), es reemplazada aún hoy por llevar al niño al Síndico del pueblo para averiguar el nombre del niño, según lo marca el “libro sagrado” (el calendario de Galván que está en el municipio)
      • El elemento cristiano se reinterpreta en un significado autóctono: por ejemplo, los responsos, que la Iglesia elaboró en sufragio de los difuntos, como ayuda en el Purgatorio, que ahora es reinterpretado como oraciones eficaces para evitar que los muertos molesten a los vivos (de ahí que, para bendecir una casa, se tengan que hacer tantos responsos cuantos difuntos tenga la familia)
      • La nueva síntesis, a la que finalmente se llega, combinando significantes y significados de ambas religiones. El ejemplo más admirable lo tenemos en el relato guadalupano y en la imagen misma, cuyo autor, el indio Antonio Valeriano, un siglo después de las “apariciones” presenta un texto con admirables símbolos nahuatls y una teología a la que ni los frailes mismos lograron, y que fue lo que favoreció más una genuina conversión. O también podemos ejemplificar con el ubicuo cruciforme del Ollín, que centraba toda la filosofía atribuida a Quetzalcóatl y al mismo tiempo, toda la fe cristiana (en muchos poblados, la gran cruz del atrio del templo, en el centro, y sendas cruces en los cerros de los cuatro puntos cardinales.

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